domingo, abril 22, 2012

Mi venado, tú.



El calor me satura. Abro la ventana y espero a que entre un poco el aire. El desierto se dibuja bajo un cielo sin nubes.
En realidad hay una brisa fresca meciendo las yucas en flor, pero el calor viene de dentro... crece en bajo vientre, sube en cosquillas hasta el pecho y rebosa en los labios que están quemados por el sol.

Dejo que a uno de mis brazos se los lleve el viento, que se eche a volar y vuelva a mi cuerpo unos instantes después. Levanto el otro y éste se echa al vuelo y siento que no vuelve y le veo convertirse en venado y le observo dejar huellas verdes en el desierto, huellas que me apresuro a seguir.  El sol arroba mi cuerpo y mi visión se nubla y el venado vuelve sobre sus huellas. Escucho el leve vibrar de una sonaja Tarahumara y el venado se posa frente a mi... y le siento... y le percibo y lo acaricio... y miles de listones de colores me enredan, me aprietan, me sujetan... Entonces ese venado se posa tras de mi y empieza a darme vueltas, lame mi cuello y luego mi cara y luego mi boca quemada... deja mis comisuras saladas y una mezcla de sudor y aguamiel destila no solo en mi boca, pero en mi vientre.

martes, abril 10, 2012

Ayer y hoy

Ayer sopa de tomate en Estonia.

Hoy tacos de guisado con arroz en Coatzacoalcos.

Verdiazul


-¡Mamá! ¡mamá! ¿de qué color es Estonia?
¿Es azul o quiza blanca como su bandera?
-No, ni blanca ni azul, ni mucho menos negra,
Estonia es verde, es verdi-azul

Tomado del libro de viaje de Tallín,
Estonia, 2012

martes, abril 03, 2012

Sirena Volando


“Dame sólo un beso que me alcance hasta morir, como un vicio que me duele, quiero mirarte a los ojos"

Cierro los ojos y encuentro en las aristas de tu silencio restos de magia que se ha perdido cuando te he pedido aférrándome a no pedir.

Pero ¿qué podía hacer? Si no quería dejar de verte, si no quería dejar de sentir crecer espigas en mi piel cuando tus dedos recorrían sus contornos. Qué hago ahora si al sentir éste silencio mis ojos cierran más y no puedo ver sino los bordes afilados de tu cara, las cejas repletas, el blanco de tu piel que en meses no ha visto el sol.

Hay besos que se niegan y que no han de ser nunca, que se mueren en las aras de su nacimiento y –paradójicamente-  yo escucho en el cielo bésame mucho  que, cual perro de Pavlov, me hace babear en un asiento de primera clase. Sirena del cielo. Varada en una mirada, en una caricia que fluye bajo mi mano resbalando como agua, que se cuela entre sábanas y te recorre esa cara en la que estoy detenida en tiempo, entre nubes, entre la espuma del mar que ahora sube y me toca la frente y humedece mis labios…
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