Entro a la habitación y huelo la humedad. No me ha importado la penumbra, camino igual como si supiera que no hay nada enfrente de mi. Me adentro y mi vista se ajusta a la casi nula luz que se derrama por dentre los postigos de la puerta... detecto el borde de las cosas, las huelo también... se mezclan dulces en la atmósfera, percibo su borde sin tocarlas.

Te siento aproximar, no haces sombra, no se mueve nada en la espesa obscuridad, te espero sin el menor atisbo de suspenso. Tal vez lo notas, pero de todas maneras me embistes por detrás y te trenzas a mi cuerpo y prensas mis brazos, no dejas que me mueva. Siento la fuerza con la que sujetas mis muñecas, cómo detienes mis intentos de  zafarme de ti, primero son lentos como quien desea ser sometido, luego más vehementes como de quien se encuentra verdaderamente sometido. Entonces percibo tu olor y dejo de luchar.

Colocas algo en mis manos y finalmente inmobilizas mi cuerpo, sin preocuparte bajas tus brazos por mis costados, restregando las ropas en un intento de caricia que se detiene al borde del vestido, que sin más levantas.

Buscas algo y te abres paso entre piernas, sudor, más humedad y bragas y aún detrás tienes presencia en mi también de frente, ya no sólo huele a humedad.

Te vales de la ayuda de mis zapatos altos y me acomodas a tu cuerpo y me embistes, ahora de otra manera, una más cercana, una que disipa las sombras de la penumbra y -aunque no te alcanzo a ver- te siento dentro.

Pintas de negro mi cuerpo, me quedo con el color de la oscuridad, con el borde de las cosas tatuado en los pliegues de mi piel, con el olor dulzón embarrado en las comisuras... se me suben las sombras a los ojos y aunque después de un rato me quedo parada a unos pasos de los postigos de la puerta viendo hacia adentro, donde todas las sombras se revuelven y forman bordes de cosas, no te alcanzo a ver, y tu presencia se delata sólo por un hilo de humedad que se resbala y se confunde entre mis piernas.