lunes, marzo 26, 2018

Solace


El sol cae suave sobre la Sierra. He elegido este lugar para ti, para siempre, desde siempre.
El viento sopla delicadamente sobre las flores. Te he llevado unas, imperecederas, pero tu no las ocupas porque donde estás, las flores surgen a través de las rocas, a pesar de ellas, como la vida, que busca su camino en todos los momentos.

Tu también corres por éstas praderas, ajena al tiempo en el que detuviste mi vida, hace cuatro años, mi querida niña.

No poseo una sola foto tuya, pero tu presencia me llena el corazón, y los brazos y el cuerpo entero, incluso el aire que respiro y que regresa, para siempre al cielo, de donde saliste sólo unos días para llenarme la vida, para llamarme mamá, con un zumbido en la pantalla donde escuché latir tu corazón, mi Mathilda.

 No te tuve entre mis brazos para mecerte, delicadamente. Hoy las flores se mecen suaves para mí, para arrullarte y mantenerme un arrullo dentro de éste cuerpo que no pasa un día sin pensarte.

Te me fuiste entre espasmos dolientes que éste cuerpo produjo sin poderte retener. Un día también ha de regresar a ser ceniza y tierra, tal vez para servir a éstas tierras donde no éstas, a las que inútilmente les dedico letras y cuentos para niños que me hablan más a mí que a ti.

¿Te imaginas si hubiera llegado? le digo a Lili en voz alta. Pregunta osciosa que me carcome el alma. Porque no tengo nada que ofreerle a la vida más que esas caricias que no tienen paradero y que se mueren antes de nacer, en mis brazos, en la punta de mis dedos.

Nunca te escribo hija, por que te vivo todos y cada uno de mis días. Y hoy, a cuatro años de tu partida, te confieso, que ni uno sólo ha pasado sin que haya pensado en ti.



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