miércoles, octubre 04, 2017

Love is love

¿Alguien que me ayude a llevar cosas al albergue?
Dice Jocelyn al grupo de brigadistas.
Todos esperan su turno para ir por los escombros. Nadie quiere separarse. Las filas están inquietas, se rompen, la gente sale y se vuelve a formar. Pero nadie quiere irse sin sentir que esta haciendo a lo que vino, sin sentir que levantó piedras, que se araño las manos.


¿Alguien que me ayude? Necesito dos voluntarios.
Esta vez la voz de Jocelyn tiene un poco de menos paciencia.
Todos quieren ayudar, pero no se dan cuenta dónde se necesita la ayuda.
Uno se propone, luego otro y se van con ella.


La moneda cae lentamente y resuena dentro de mí... en un lugar entre Delhi y la calzada de Tlalpan. La ayuda no está en las cosas donde yo quiero poner las manos, sino en donde los otros las piden, las requieren, donde las gritan al aire, para ver si tienen eco y poder encontrar así esas manos buscadas.


Empieza a oscurecer.
¿Cuántas veces la vida te propone cosas que no quieres tomar por que estás esperando otras, las que están en tu cabeza, en tu sistema de valores, en tus expectativas?


Una plantita que no crece por que se llama así, justamente: amor. Amor del que me vuelve loco, que me hace temblar, del que me enchina la piel. Me crecen otras, pero esa no.


La moneda resuena ahora con más intensidad.
Cuando el mundo no se había acabado, hace una semana, tomando un café, Raúl me decía: Si el amor fuera como dices, entonces lo podrías sentir con cualquier persona. Me callé. Sentí miedo por esa declaración: ¿enamorarse de cualquiera? me retumbó la pregunta adentro... era obvio que no, que no se podía enamorar uno de cualquiera... Pero cuando se acabó el mundo, y escuché a Jocelyn pedir a los voluntarios su ayuda, entonces embonó todo. Es cierto, no te enamoras de cualquiera, pero sí puedes sentir amor por cualquiera. Por que sentir amor no tiene nada que ver con enamorarse, sino con decidir sentirlo, mantenerlo, llevarlo pegado a la piel haciéndote cosquillas por los años. Esta noche el mundo se había acabado. Sólo un poquito. Para los que el concreto se les colapsó encima, para los que perdieron lo que amaban, sus hijos, sus esposas, su casa, su vida.


Y sin que nadie pidiera ayuda llegaron miles de manos. Pero las manos no estaban listas para llevar cosas a un albergue, sólo para recoger los escombros.


Sin embargo estábamos ahí para ayudar. Así como desde siempre, estábamos ahí para amarnos.





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