domingo, abril 22, 2012

Mi venado, tú.



El calor me satura. Abro la ventana y espero a que entre un poco el aire. El desierto se dibuja bajo un cielo sin nubes.
En realidad hay una brisa fresca meciendo las yucas en flor, pero el calor viene de dentro... crece en bajo vientre, sube en cosquillas hasta el pecho y rebosa en los labios que están quemados por el sol.

Dejo que a uno de mis brazos se los lleve el viento, que se eche a volar y vuelva a mi cuerpo unos instantes después. Levanto el otro y éste se echa al vuelo y siento que no vuelve y le veo convertirse en venado y le observo dejar huellas verdes en el desierto, huellas que me apresuro a seguir.  El sol arroba mi cuerpo y mi visión se nubla y el venado vuelve sobre sus huellas. Escucho el leve vibrar de una sonaja Tarahumara y el venado se posa frente a mi... y le siento... y le percibo y lo acaricio... y miles de listones de colores me enredan, me aprietan, me sujetan... Entonces ese venado se posa tras de mi y empieza a darme vueltas, lame mi cuello y luego mi cara y luego mi boca quemada... deja mis comisuras saladas y una mezcla de sudor y aguamiel destila no solo en mi boca, pero en mi vientre.
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