Llegó
Y llegó.
Montado sobre el símbolo matemático de la integral, doblado y ensillado para servir como caballo de mar.
Cruzó algunos mares, y los iba contando de uno en uno echando granitos de arena a la bolsa de su pecho. Contó uno y contó tres. Llegó a siete, pero en algún momento entre el ocho y el nueve, una ola lo revolvió y acabó un puñado de arena en su bolsa. Realmente no sabía Rutilo si sólo eran nueve o nueve cientos. Perdió la cuenta.
Llegó empapado a una cierta playa, de lejos le pareció ver los arcos de San Juan de Ulúa y el empedrado en sus paredes.
La buscó y como Sauri, sabía que encontraría a su destino.
Un uluar de cabellos negros al aire le indicó su posición; apenas le vió el talle y supo que había llegado.
Se presentó goteando sobre las baldosas de barro. La sirena le dió una de esas miradas confirmadoras que él esperaba y entonces se tomaron de la mano y caminaron hasta el final, dejando un chorrito de agua sobre la calzada.