lunes, agosto 29, 2011

El color rojo nos rodeo.
No fue de súbito, paso poco a poco. Se me antojó del tono del sillón de labios de Dalí. El primer avistamiento fuer por una de tus mangas. Uno de los hilos, en plena danza, alcanzó las paredes. Como si fuera una planta empezó, trepador, a aferrarse a los pequeños relieves de la pared mientras tú, ajeno al abrazo de color que nuevo nos envolvía, tratabas de encontrar mis pies entre el contraste de las sábanas blancas. Poco tiempo el rojo estuvo sobre tus hombros por que, enredado ya en los vericuetos de la habitación, tus brazos se deshicieron de la camisa para entregarse a la marea que nos mecía entre las olas de algodón. Fue hasta mucho tiempo después que notaste, mirada fija en el techo, que un cielo rojo nos cubría y fue entonces cuando yo decidí empacar el color rojo y llevármelo en la maleta para colorear paredes del otro lado del mar.
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