jueves, julio 21, 2011

Violeta y lluvia

Todo se hizo de manera mecánica. El día estaba demasiado bueno para dormir adentro y aunque el despertador se fijó y la disposición a dormir era grande, las llamadas le interrumpieron el sueño.

Me salí contra mi propia voluntad y algo había en el aire, lo podía respirar, no seguí mi ruta usual por ese mal presentimiento, la cadena fallaba y el asiento de Violeta también se encontraba fuera de lugar, incluso me lastimaba.

Siguió de todas maneras, pero se detuvo a la mitad del camino a arreglar la cadena. Sus malos presagios venían incluso en forma de nubarrones anunciando un aguacero. Una camioneta roja se paró tras ella. No estaba estorbándole el camino, pero de todas maneras se paró. El miedo se le metió en el cuerpo y se subió a su bici sin haber arreglado la cadena.

Ahí empecé a sentir más miedo y decidí volver, en parte por tanta falla, en parte por que me empecé a imaginar los asaltos y tantas otras cosas obscuras, como la nube que me anunciaba agua del cielo. Llegando a casa el día seguía suficientemente bueno, el tamaño de la nube no era tan grande como para irme a meter a la cama a las 7 de la noche. Corrí por unas llaves españolas e inglesas y entre español e inglés le dejé medio chueco el asiento a la violeta.

Se puso arreglar la bici. Y cuando estaba lista decidió que el día seguía suficientemente bueno y se salió otra vez. Ya había empezado a tronar el cielo pero seguía claro, de alguna manera parecía como si no fuera a llover, la nube avanzaba a zancadas cruzando el cielo y la verdad es que no era tan grande.

Estaba segura de que algo había en el ambiente. Era algo obscuro, algo estaba mal. No traía música por que olvidé los audífonos en el cajón del trabajo. Escogí, por seguridad, la ruta de la carretera, aunque era más pesada, pero ahí estaría... ¿cómo decirlo? a la vista. Me puse a pedalear y al poco tiempo empezó a gotear el cielo. Pocas gotas tocaban mi cuerpo, mucho menos de ellas tocaron mi corazón. Necesitaba humedecérme el alma, de alguna manera buscaba que esa nube se precipitara en agua sobre mi. Un poco decepcionada di vuelta y subí la colina. Ahí me crucé con dos ciclistas a los que el agua les daba francamente en la cara y fue cuando empezó a llover más fuerte.

Ya iba de regreso cuando el calambre apareció. Era en la pierna derecha, más bien en el pie derecho. No, si era en la pierna. Empezó a poner cara de circunstancia y a estirar la pierna mientras la bici avanzaba sin pedalear y cuando perdía inercia con todo y dolor, le seguía pedaleando. La lluvia había llegado a ser tan intensa que la luz no se vió venir.

De un momento a otro el aguacero cayó y en mi ropa no quedaba hueco que no estuviera empapado. Mi alma se empezó a llenar de agua, poco veía, pero poco me importaba.

Las luces fueron las primeras en tocar su cuerpo. Luego, el choque metálico le llenó los oídos.

Creo que el hueco en mi pecho llenó mi alma. No necesitaba más humedad.

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