jueves, julio 28, 2011

Se me han agotado las cosquillas. Por más que las estiré, por más que les pasé el rodillo encima para hacerlas tortilla, para que quedaran planas y guardarlas en la bolsa de pantalón, se me fueron... Algunas se me escaparon por los huecos que nunca reparé, otras se me escaparon tratando de atarlas a conversaciones que querían robarse libros de cualquier estante, se escaparon en amasiato en otras manos. Se me olvidó, pues, que las cosquillas desvanecen justo en el momento que pasan... que era en vano hacerles espacio en los bolsillos.

Con las faltriqueras vacías, me han regresado las ganas de irme lejos, de guardar la vida en una maleta -una que no esté rota y que aguante los embates del viento y lluvia- y empezar a construir un librero en un lugar al otro lado del mar. Tengo el enfoque de varios kilómetros, viendo hacia casa... tengo perspectiva. Veo los árboles que fueron sembrados en tierras áridas y que hoy le proveen sombra a una casa grande... y sola. Veo las letras que, en cadena, están haciendo palabras y se pierden acompasadas entre las olas del mar mientras una niña sobre la cubierta de un barco, le arranca las hojas a un libro y las avienta -por la borda- a la vida y a la sal.

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