martes, abril 14, 2009

La historia de la Cyrena antes del espejo (fragmento)

Tenía miedo de tocar el mar por que su solo olor hacía temblar todo su cuerpo cuando llenaba sus pulmones. Lo había percibido desde la carretera, pero ahora que se encontraba frente a su inmensidad y que sus ojos ya no veían nada más allá, el olor la envolvía.

Sabía que tenía que acercarse a las olas para poderles preguntar si pertenecía a esas corrientes. Lo sabía muy bien, pero tenía miedo.

Tal vez era miedo de lo que iba a escuchar de la olas, tal vez era miedo de lo que podía pasarle a su cuerpo si tocara las aguas indicadas. La sal probablemente convirtiera su piel en escamas y perfumara sus comisuras con olor a algas.

Aún así decidió quitarse lentamente su vestido siempre negro. Sus cabellos deshicieron su nudo cuando el vestido terminó por alborotarlos y salieron revoloteando hacia el viento. Ondearon secos y libres sin el peso del agua. Su piel morena contrastaba contra el cielo casi blanco del amanecer y recibió en un escalofrío la brisa marina de las primeras horas del alba.

Cyrenam se aproximó al agua hundiendo los dedos de sus pies en las arenas blancas, dándole a cada paso el lapso justo para apreciar la tersura de su aridez, la eternidad de las arenas en un atisbo de tiempo.

No volvió nunca en sus pasos, no volvió siquiera su mirada para ver al viento rodar su vestido en contraste con las arenas. Caminó derecha con su cabello haciéndole cosquillas en la espalda, ahora en la mejilla. Sintió cómo se iba fugaz el momento en el que decidió ser una con el Atlántico y como de un momento a otro la corriente iba a traerle las primeras gotas de agua sobre sus pies. Las primeras olas la reconocieron, pero no como suya y sin embargo le entregaron la caricia helada del mar del norte, le lamieron las comisuras de los dedos de los pies y ella les respondió con una suave sonrisa viéndoles directamente mientras se evaporaban en espuma.

No dejó de caminar aún cuando tenía ya parcialmente su respuesta. Sentía un dolor y una caricia en las aguas que iban subiendo por su cuerpo hasta llegar, primero, a sus rodillas donde las olas decidieron esconderse detrás; luego hasta su cintura donde la espuma se rompió en su ombligo. El agua cubrió sus pechos y ella no dejó de suspirar por el frío que ya abarcaba todo su cuerpo. Cyrenam decidió quitarle la libertad a sus cabellos mojándolos con el agua salada. Se sumergió y empezó a escuchar entonces más claramente el arrullo de las olas dentro del mar. Pensó entonces en hacer su pregunta, pero el frío se lo impidió saliendo a la superficie para tomar un poco más de aire. Las bocanadas llenaron otra vez sus pulmones de un aire nuevo, marino y sus manos acomodaron su cabello de lado descubriendo sus oídos para volver escuchar al mar.

Disfrutó por un momento el vaivén de las olas a las que tanto miedo tenía de sumergirse y se llenó la vista con las estrellas que el sol le regalaba en las gotas de sus pestañas, sonrió para el mar y sonrío para si y, tomando una bocanada grande de aire, se sumergió para hacer sus preguntas.

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