miércoles, abril 16, 2008

Ventanas

En un intento por seguir creciendo la hiedra fue colándose por las comisuras de la ventana. Empezó a embestir con ella con la frivolidad de alguien que finge no estarse metiendo en ti, pero con la persistencia en la que sobrecae esa actitud fingida. Embistió despacio pero con la fuerza de una bestia, colándose al interior para luego ir creciendo en él. Se desenamoró del sol, de la brisa cálida de la primavera, se despidió de los pájaros, de las nubes, del cielo... cambió lo que amaba como quien saca cajas de un cuarto para meter otas nuevas, como quien saca el polvo del cuarto para llenarlo con aire. Empezó a amar los mosaicos y el color blanco del techo le apareció más bello que el mismo cielo, la frialdad de las paredes le parecieron de la temperatura exacta que sus caricias demandaban, se sintió con la dicha, el temor y la ansiedad de entrar en un mundo nuevo que, con sus nuevas luces, le pareció exitante y quiso apropiarse de eso. Algo le decía que adentrarse a ese lugar obscuro podría hacerla morir, pero empezó a abandonarse ante la delicia de perfumes distintos, de texturas desconocidas y se entregó a las paredes lisas, a la suave piel que la pintura blanca le regalaba. Poco a poco fue dejando afuera a la idea de la muerte y empezó a tejerse entre la cal, el cemento y la pintura, picoteando con sus finas ramas el mosaico, para poder también amarlo... para poder entregarse a el aún por encima de sí misma...
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