Copos
Siento los pequeños copos de nieve derretirse sobre mi piel. Cierro mis ojos y les siento posarse sobre mi cara.
Saben a limón, a nieve de chocolate y no me importa pensar que me voy a pegostear. Caen sobre mis labios de niña y entonces, abro la boca para llenarme de azúcar, no sólo la boca sino también el alma.
Al fondo escucho una bocina que anuncia los sabores de los helados y grita:
-¡Helados! ¡Helados!
Y yo sigo con los ojos cerrados y ésta vez, siento el sabor de coco... llenándome.
Siento un abrazo en la voz que anuncia los sabores y no siento frío a pesar de la nieve que me cubre las calcetas blancas.
De pronto, escucho un camión que pasa por enfrente de mi calle sin seguir su ruta, chirriando -descompuesto- y hace un ruido tan fuerte que me despierta.
El control de televisión se cae de mi regazo y sé que no voy a poder alcanzarlo hasta que alguien venga y me lo pase. La telenovela de la tarde sigue su camino.
En San Luis no nieva, y mi padre me niega otra vez un helado, cuando se lo pido.
Saben a limón, a nieve de chocolate y no me importa pensar que me voy a pegostear. Caen sobre mis labios de niña y entonces, abro la boca para llenarme de azúcar, no sólo la boca sino también el alma.
Al fondo escucho una bocina que anuncia los sabores de los helados y grita:
-¡Helados! ¡Helados!
Y yo sigo con los ojos cerrados y ésta vez, siento el sabor de coco... llenándome.
Siento un abrazo en la voz que anuncia los sabores y no siento frío a pesar de la nieve que me cubre las calcetas blancas.
De pronto, escucho un camión que pasa por enfrente de mi calle sin seguir su ruta, chirriando -descompuesto- y hace un ruido tan fuerte que me despierta.
El control de televisión se cae de mi regazo y sé que no voy a poder alcanzarlo hasta que alguien venga y me lo pase. La telenovela de la tarde sigue su camino.
En San Luis no nieva, y mi padre me niega otra vez un helado, cuando se lo pido.
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