jueves, octubre 15, 2015

Cuando me escribes siento que en realidad te escribes a ti.
Leo tus correos y veo como te esfuerzas en poner en palabras lo que en realidad no haces: irte.
Te esmeras en decirme que no volverás a escribir, sin embargo terminas el mensaje.

Pones todas las fuerzas en juntar palabras para decirme que asumes "con toda la entereza que eres capaz" el que te has ido, pero me llamas, me buscas. Incluso encuentras la forma de dejar una sutil amenaza: La vida da muchas vueltas, como dejando un caminito de migajas al cual seguir para llegar a ti otra vez. Me sabe a miel sobre labios quemados, sobre labios mordidos.

Ya te has ido, pero tu sombra no ha querido acompañarte, se niega a seguirte y ahora se propone seguirme a mí. La encuentro husméandome entre las piernas en algunas noches de desvelo prolongado. A veces se empeña en no dejarme comer sola y se pone a platicar conmigo en conversaciones silentes.

Llévatela, te pido hoy que me vuelves a llamar diciéndome que no has dejado de tener cariño por mí aunque  no ha sido suficiente para que no te fueras, para que no te fueras.

Llévatela te digo, exigiéndote que asumas que tu has tomado ésta decisión sentado en la sala blanca de la casa vacía, o tal vez antes en tu casa en una silla de madera, frente a la mesa.

Llévatela, por que hoy al llegar a casa le cerraré la puerta para que no pueda volver a entrar.
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