jueves, diciembre 02, 2010

El crepúsculo cae otra vez sobre mi rostro. Es casi de noche.

Estoica como una roca, permanezco con mis brazos alzados al cielo. Doy gracias por el camino andado, cuestiono aquellas cosas que no entiendo y mientras el aire acaricia suave mis mejillas me decido a dar el siguiente paso. Siento ya el cosquilleo del mar sobre mis pies, el ir y venir de lo que quiero y lo que dejo, de lo que no quiero dejar. Las olas hacen las veces de los pensamientos en mi mente, ora se revuelcan en las orillas, ora cosquillean brevemente entre mis dedos, vienen cálidas, luego frías... no dejan de venir.

Hay algo en el rumor del agua que me hace pensar que de alguna manera ya he dado el paso que estoy a punto de dar. Tal vez sea que ya he tocado ésta agua y que la arena también va y viene. Tal vez es la certeza de que sea lo que fuere siempre serán éstas mis piernas y éstos mis pensamientos... seré yo y me tendré a mi. Cierro los ojos pero no dejo de ver el mar ni la línea horizontal que se pierde ahora sin la luz. Sigo escuchando el rumor del agua romper contra la orilla y también se estrellan mis pensamientos contra mi alma. Al igual que el mar trato de conciliar la corriente y arrullo sus rumores y me envuelven sus rumores.

No he bajado mis brazos aún y dejo que el punzante dolor que empieza a localizarse en mi pecho se asiente y me mantenga en conexión con esa tierra que no siento firme bajo mis pies. Sé que no estoy cubierta por el agua, pero el sonido de las olas lo abarca todo. Pronto, sin embargo, me cubrirá y dejaré que su humedad recorra todo mi cuerpo y haga cosquillas en todas mis comisuras. Así igualmente entregaré mi cuerpo a todos esos pensamientos que tiran de mi en mil direcciones, por que aunque una tras otra las olas también tiran de mi en mil sentidos, una vez pasando este lugar donde las olas rompen, la marea me entregará a mi su calma.
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