sábado, mayo 03, 2008

Historia

Largas noches nos esperan en el lugar donde todo es rechinar de dientes, chasquear de huesos, mascar de gusanos. En el reino de los muertos no brilla el sol, ni cantan las aves, ni corren riachuelos por entre cantos rodados y lama. La vida es solo un instante que se desliza entre la muerte que precede y antecede todo aquello que existe. La conciencia de esta inminente realidad no admite el despilfarro de un solo instante de vida. El Señor Micantecutli es tan inflexible como sabio. Aconseja bien, no permite que te aferres a nada, mostrándote que todo aquello que pudieras acaso desear es en si mismo vano y finito. Solo la muerte es verdadera y solo muriendo escapamos a ella. La muerte nos hace fluidos y el don mas preciado que otorga a quien la hace su consejera, ese es el verdadero desapego. De nosotros depende hasta donde avanzar, porque aun y cuando el conocimiento es infinito, también lo es la curiosidad. Lo único cierto es que cuando se haya cumplido nuestro tiempo, el Señor de los descarnados ha de cortar el hilo luminoso de nuestra existencia con su cuchillo ceremonial de obsidiana; sin piedad, sin emoción; de forma impecable. En este oficio de cazadores de poder y conocimiento no se nos exime de convertirnos, llegado el momento, en presas que caerán también bajo el golpe certero del macauauhuitl de la Muerte. Tal es el destino de los hombres que hemos escogido saber, marchar por la vida asumiendo el terrible costo del conocimiento; sabedores de nuestra propia finitud . Nacidos como fuimos en la Ciudad del Lago, cuyo nombre significa “En el ombligo de la Luna”, heredamos tradiciones que esperan silenciosas a aquel que es llamado para conocerlas. Los Mexicanos de hoy parecemos olvidar en ese afán de occidentalizar nuestros orígenes, que somos hijos de una tierra donde los hombres un día se hicieron Dioses. Nuestro mayor legado yace roto en los mil pedazos en que se partió el espejo de obsidiana de Tezcatlipoca, ese día de Agosto, cuando los dioses antiguos enmudecieron bajo el estrépito de los disparos del arcabuz invasor. A nuestra manera y en el momento preciso, todos podremos emprender el viaje a retorno al mítico Ixtlán, donde podremos enfrentar con impecable desapego nuestra última batalla sobre la tierra. Quiera lo Superior que para entonces, hayamos subyugado a los cuatro enemigos naturales del Guerrero: El miedo La Claridad El Poder La Ancianidad Aurelio.
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