jueves, febrero 28, 2008

Ayer te ví. Te dejé acercarte, aproximarte hacia a mi, rozando tus labios finos por al rededor de mi cuello, de mis mejillas, pero sin dejarte tocar mi boca, como si todo fuera tuyo menos mis labios. Te dejé acercarte, aproximarte hacia mi cuerpo que empezaste a tocar como si tuvieras 15 años y empezaras a descubrir las formas de una mujer yacente frente a ti, alejándome y poniendo de barrera la distancia entre dos asientos de auto, como si el freno de mano pudiera en verdad detenerte, y que a tí, sin importar clavártelo en la pierna, ahí, directamente al muslo, parecíate una barrera insignificante, nimia y te acercabas, como queriendo dejar tu asiento sin dejarlo, esperando que no pasara una patrulla y deslumbrara las ventanas del auto con sus luces azul-rojizas, con los destellos de lo prohibido, como si no estuviéramos siendo grabados por las cámaras del banco frente a las que nos estacionamos, como si desconociéramos que estábamos en la calle más transitada del puerto, en una esquina crucial en la que alguien conocido podía pasar, era una buena hora, pero no te importaba con tal de romper la distancia y alcanzar mis labios que una vez unidos a ti, mordisqueaste y lamiste como algo que tuvieras dentro de tu boca, tocando con tu barbilla mis senos que se levantaban hacia a ti. Te dejé aproximarte, acercarte por un momento que debía no haber existido, que debía haber sido pequeño y afuera del carro donde no nos podían poner una multa, donde el puerto no es moralista y lo permite todo, en la calle, lejos del carnaval, pero con la sal en la piel, con la arena haciéndo remolinos en el cabello, acercándose a los rescondrijos del cuerpo a los que tu también querías llegar.
Creative Commons License
This work is licensed under a Creative Commons Attribution-Noncommercial-No Derivative Works 2.5 Mexico License.