miércoles, septiembre 30, 2009

Paseo.

La cabeza sigue llena de recobecos como esos estantes de las oficinas de correos extraviadas, que huelen a papel viejo, a madera húmeda.

A veces les meto el dedo y me lleno de aserrín acumulado por años, le soplo y por momentos vuelan se dispersan en el aire como ideas nuevas, como nieve que perdió su norte... se posan sobre nuevos objetos, tal vez un trompo de madera con vetas de colores vivos, ahora sobre una pelota naranja que rebota en las paredes de mi cabeza.

Otras veces prefiero cubrirlos con saliva, lamiéndoles las orillitas y pegándolos con papel para que no se salgan los recuerdos.

Algunas otras sólo camino por entre los recobecos, los observo, los percibo con todos mis sentidos, les escucho murmurar y percibo las notas de su canto -cuando cantan- y siento las cosquillas de su reverberación.

Me paseo por los pasillos intrincados de mi laberinto y encuentro líquenes en los bordes de pensamientos húmedos y encuentro musgo con flores amarillas en el fondo de aquellos que, como vasijas, han acumulado mis recuerdos, igual que guarda la caricia del mar el fondo de un caracol.

En algunos rincones el aire se satura con el olor azul del mar. Las paredes dibujan peces dorados en total contraste con su obscura profundidad y de súbito una ola comienza acariciar tus dedos desnudos. No logras percibir si el agua esta fría o tibia, pero la caricia te gusta y te entregas con los ojos cerrados a la sensación de la humedad que te mece suavemente, al reconocimiento del lugar en el que estas... a esa plenitud inequívoca de estar dentro de ti.

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