domingo, noviembre 25, 2012

Borbotones


Cerrada la ventana escucho el rugir del agua contra las rocas allá afuera. Ayer estaba segura de que lo había escuchado igual, pero esta mañana -con luz- pensé que había sido sólo mi imaginación puesto que apenas había un hilillo de agua en el acantilado. Las rocas estaban húmedas y a lo lejos se divisa un lago. El rumor es tan estrenduoso que decido abrir la puerta doble de la habitación y salir al balcón. Hay tanta humedad que los bordes del techo gotean lentamente. No fue mi imaginación, deben abrir las compuertas por las noches -pensé-.

Decidí que, a pesar del frío, sería lindo salir y ver si mis pensamientos no eran equivocados, así que cogí mi bufanda me puse el abrigo y bajé las escaleras del hotel saltando los escalones de dos en dos. No era noche pero afuera del hotel-castillo reinaba una oscuridad profunda. El estrépido del agua se hacía cada vez más intenso en mis oídos y ahora no sólo ocupaba ese sentido pues se me había metido en la nariz una fina brisa de gotitas heladas. Me acomodé la bufanda a manera de gorro y procedí mi camino a la orilla del acantilado.

Me recibió el sonido del agua y una mirirada de gotitas descomponiéndose bajo la luz de la farola. Los rápidos de Imatra se habían dejado correr cuando abrieron las compuertas ésta tarde y el agua se arremolinaba blanca, brillante y espumosa dejándose alumbrar bajo la luz de las farolas de la cortina de la presa y luego del puente y acababan oscuras bajo los árboles que le escoltaban el paso hasta llegar al lago, en paz... como si no hubieran acaso apenas hace unos segundos arrebatado en borbotones entre las paredes de piedra del acantilado y cubierto en su totalidad las gotas como si no quedara nada más tiempo en el mundo que plenamente abrazarles...


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